La obesidad, el sedentarismo, la dieta carnívora, los alimentos de mala calidad, el estrés, el tabaquismo, el alcohol, la diabetes y el exceso de sal en la dieta son los principales desencadenantes de un desequilibrio muy peligros que afecta a 1 de cada 3 habitantes del planeta y causa la muerte a más de 9 millones de personas cada año.
Para una dieta saludable es necesario combinar correctamente los alimentos y adaptar la ingesta de alimentos de un tipo u otro a nuestras necesidades, por eso, lo primero será entonces distinguir entre proteínas, hidratos y grasas, y conocer a qué grupo pertenece cada alimento.
Los alimentos son la base principal de nuestra salud, ya que son la “materia prima” que utiliza nuestro organismo, mediante el metabolismo, para obtener energía, que es el “combustible” de nuestra vida.
Mediante la digestión y el metabolismo, nuestro cuerpo aprovecha los nutrientes de los alimentos, proteínas, hidratos, grasas, vitaminas, sales minerales y agua, y todos estos nutrientes deberían encontrarse en una cantidad óptima y en equilibrio con nuestro organismo, por eso es muy importante conocer la clasificación de los alimentos para llevar una dieta equilibrada.
La mayoría de los alimentos naturales suelen estar compuestos por diferentes nutrientes, es decir, grasa, proteínas, vitaminas, sales minerales... pero se clasifican en 3 grandes grupos principales, según el nutriente predominante en su composición:
Las proteínas están formadas por aminoácidos. Las proteínas que ingerimos son digeridas, descompuestas en aminoácidos, y estos son sintetizados por nuestro organismo para formar proteínas propias, por ejemplo insulina o hemoglobina. Es decir, para nuestro organismo son esenciales los aminoácidos, no las proteínas en si mismas. Existen 21 aminoácidos esenciales con los que se pueden componer todo tipo de proteínas necesarias para nuestro organismo, y de esos 21, 8 aminoácidos son esenciales. Los aminoácidos son fundamentales para nuestro organismo, ya que forman aproximadamente un 50% de nuestros tejidos, músculos, órganos y sistema inmunitario. También son básicos para formar glóbulos rojos (sangre).
La mayoría de naturópatas y nutricionistas recomiendan ingerir proteínas de origen vegetal, en vez de origen animal, ya que son más fáciles de digerir y sintetizar. Las proteínas de origen animal contienen purina, que es un compuesto a base de nitrógeno, que al ser metabolizado por nuestro organismo libera ácido úrico.
Los hidratos de carbono también se suelen llamar glúcidos o carbohidratos. Son esenciales para nuestro organismo porque son una fuente básica e inmediata de energía. Los glúcidos o hidratos de carbono están compuestos por azúcares simples o complejos.
Existen hidratos de carbono simples (monosacáridos o disacáridos), como la fructosa, la sacarosa o la glucosa o complejos (polisacáridos), como los almidones, féculas o celulosa.
Nuestro organismo necesita carbohidratos para obtener de ellos glucosa, que es imprescindible para muchas funciones vitales de nuestro organismo ya que la glucosa es nuestra fuente principal de energía. Es transportada hasta el hígado, que regula la cantidad de glucosa en sangre. La glucosa se almacena en forma de glucógeno, no sólo en el hígado, sino también en los músculos. La glucosa que no se consume y no se puede almacenar (por exceso), se transforma en grasa, engordando el tejido adiposo.
Un exceso de glucosa en nuestro organismo puede resultar muy perjudicial y peligroso.
Las grasas son también denominados ácidos grasos o lípidos. La mayoría de las grasas en nuestro organismo son triglicéridos, por eso los lípidos también se suelen denominar triglicéridos. Además de los triglicéridos también son grasas los esteroles (aceites vegetales), el colesterol (grasa animal) o los fosfolípidos (formados por fósforo), aunque la clasificación de las grasas es mucho más amplia y compleja (esteroides, ceras, terpenos...).
Las grasas cumplen la función de combustible de reserva, almacenado en el tejido adiposo. También ayudan a mantener la temperatura corporal, actúan como aislante, protegen (“amortiguan”) los órganos, propician la formación de hormonas y enzimas y facilitan la absorción de vitaminas solubles en grasa, es decir, vitamina A, D, K y E. Además, las grasas resultan tan tentadoras en nuestra dieta porque aportan mucho sabor a los alimentos.
Las grasas se clasifican a grandes rasgos en: grasas saturadas, suelen ser sólidas y procedentes de animales, y grasas insaturadas suelen ser líquidas y procedentes de vegetales.
Un exceso de grasas saturadas en el organismo resulta muy perjudicial, ya que se acumula primero en el tejido adiposo, almacenándose y engordando este tejido, pero cuando este tejido no puede almacenar más grasa, esta se empieza a acumular en los órganos, atrofiándolos y en muchos casos dificultando su funcionamiento gravemente.
El colesterol que tanto preocupa hoy en día, es en realidad muy necesario para nuestro organismo, pero como cualquier otra sustancia, en exceso resulta muy perjudicial. Los alimentos ricos en grasas saturadas, producen un exceso de colesterol en nuestro organismo, es decir, la carne roja, los huevos (yema), los quesos curados o grasos, la mantequilla, los embutidos, el marisco y la bollería industrial.
Nota: No existen alimentos malos o buenos, sino cantidades recomendables o perjudiciales para nuestra salud; aún así, existen alimentos a los que hay que prestar mucha atención y consumir con moderación o no consumir, y estos son las carnes, los dulces y postres elaborados, el alcohol, el vinagre, la sal, el azúcar blanco, los refrescos con gas, el pan blanco y la bollería.
Aunque el hombre es un animal omnívoro y lleva consumiendo carne desde el principio de sus días, hoy por hoy este hábito que para muchos ha llegado a convertir la carne en el principal ingrediente en su dieta pero la forma en la que se trata la ganadería, tiene muchos inconvenientes importantes y perjudiciales para la salud.
Desde nuestra revista digital pocas veces tomamos posturas radicales y no pretendemos juzgar, por eso, en esta ocasión como en otras, simplemente queremos informar y analizar objetivamente los inconvenientes de una ingesta elevada de carne desde varios puntos de vista, entre ellos la salud.
Cuando hablamos de carne en este artículo nos referimos a lo que entendemos coloquialmente por carne, es decir, músculo y vísceras de animales terrestres y en concreto nos referimos a la más consumida: vaca, cerdo, cordero y pollo. Además en este artículo nos referimos a la carne cuyo origen proviene de granjas industriales (el 90%). El pescado y el marisco, aunque en teoría también son carne, siguen sus propias normas de producción, con otros problemas y ventajas independientes de la ganadería.
La carne en general (cada una con sus características particulares), es una fuente de hierro y fósforo, y también contiene vitamina B que pierde cuando se cocina. Apenas contienen hidratos de carbono y fibra, y suele contener un gran porcentaje de grasa, al menos un 20%, así como otro 20% de proteínas. La grasa animal está compuesta principalmente por grasas saturadas y colesterol.
Como comentamos, la carne es una fuente principal y casi exclusiva de proteínas y grasa. Un exceso de proteínas en nuestra dieta provoca cambios en la composición de la membrana de las células, y esto da lugar a enfermedades como la gota, la hipertensión, problemas hepáticos, o un aumento del colesterol en la sangre; todos estos problemas tan cotidianos hoy en día, que en muchos casos se evitarían sustituyendo la carne por hortalizas, frutas o legumbres.
Si. Por desgracia, hoy por hoy es un hecho que no da lugar a subjetividades que para abastecer el elevado consumo del carne en el mundo, las ganaderías malviven en granjas en las que los animales se encuentran con altos niveles de estrés y sufrimiento, inmovilizados, drogados y hormonados. Muchas de las sustancias con las que se tratan a los animales de ganadería, son prohibidos y retirados del mercado, después de llevar años empleándose y gracias a la denuncia e investigación de alguna ONG o asociación de consumidores. Pero por desgracia, estas sustancias son sustituidas rápidamente por otras que tardarán otro periodo de años en ser denunciadas, analizadas y retiradas, por supuesto, siempre una vez que los animales y consumidores han sufrido las consecuencias.
Se administran cócteles de hormonas para que crezcan y engorden rápidamente y conseguir ganaderías más rentables, también se les administran antibióticos rutinariamente para evitar que enfermen, y por si esto fuera poco, en muchos casos, su cadena genética es manipulada, una vez más con el fin de conseguir animales más rentables, aunque eso suponga una peor calidad nutricional en su carne o algún riesgo para los consumidores.
El estrés y el sufrimiento en los animales, al igual que en los seres humanos, tiene una respuesta química en el organismo (a nivel hormonal y de neurotransmisores), que se puede comprobar con sencillos análisis de sangre.
Por lo tanto, en la carne que se consume masivamente, se encuentran restos de hormonas tiroideas, masculinas y femeninas, esteroides, toxinas y antibióticos, por no hablar de los 'medicamentos', conservantes y otros químicos utilizados para durante el transporte, almacenamiento y comercio.
El consumo genera demanda, la demanda negocio y el negocio consumo, por lo que es difícil romper esta cadena, en la que todos y cada uno tenemos parte de responsabilidad.
Desde un punto de vista nutricional y práctico, la carne resulta muy cara tanto en su proceso de obtención como para el consumidor, ya que los nutrientes que aporta la carne, básicamente proteínas y grasa, son fáciles de sustituir por otros alimentos infinitamente más baratos, por ejemplo los productos lácteos o los frutos secos. Por ejemplo 1 Kg de nueces alimenta 6 veces más que 1 Kg de carne, y además su obtención es mucho más sencilla y barata.
Mirando las cifras de las FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), sorprende el hecho de que, al contrario de lo que nos indica la lógica, no tiene que ver el nivel económico de un país con el consumo de carne, es decir, en países en los que la economía doméstica es muy precaria, se consume carne como base de la alimentación; y al contrario, en países con gran calidad de vida y economías muy saneadas el consumo de carne es considerablemente inferior.
El consumo de carne a nivel mundial no ha parado de aumentar en los últimos 5 años, siendo China el mayor productor y consumidor de carne el segundo EEUU. Estos países consumen triplican en consumo de carne a Rusia y quintuplican a Australia . Los Países Bajos, Dinamarca o Tailandia se encuentran entre los países que menos carne consumen del mundo.
Se prevee que de seguir así la tendencia de crecimiento mundial y consumo de carne, para el 2020 habrá que aumentar la producción en un 40%.
Las ganaderías son muy caras de mantener como hemos dicho, ya que las granjas suponen un gasto muy elevado tanto de piensos (cereales) como de medicamentos (lo que supone gran riqueza para los laboratorios farmacéuticos), a la vez que generan muchos residuos y contaminación. En muchos casos consumen muchos recursos locales de agua, energía, combustibles y pastos por lo que en muchos casos, como está pasando en muchas zonas en Sudamérica, las empresas ganaderas arrasan literalmente cientos de hectáreas que dejan yermas e inservibles durante al menos otros 20 años, tiempo aproximado que tarda en recuperarse un terreno.
Para alimentar este gran número de ganado, hay que cultivar un gran número de cereales, donde entra en juego la agricultura actual con sus fertilizantes, pesticidas y cientos de compuestos tóxicos que dañan de manera irreparable el medio ambiente. Cuantas más granjas industriales, más habrá que rentabilizar los cultivos, para lo que se utilizará más cantidad pesticidas, fertilizantes y semillas procedentes de manipulación genética.
Para transportar, almacenar y conservar la carne, es necesario un gasto muy fuerte de recursos energéticos, que serían mucho más rentables si se utilizasen por ejemplo en el cultivo de otro tipo de alimentos, por otro lado, más nutritivos.
De vez en cuando ocurre algún “accidente” tipo “vacas locas”, “gripe aviar” o “fiebre porcina” que nos pone en alerta acerca de los métodos utilizados en la ganadería actual, pero por desgracia pronto se nos olvida y la educación y la cultura nos lleva de nuevo a consumir cantidades ingentes de carne sin preguntarnos nada más y sin reparar en lo que ese hábito supone para el mundo. Reducir el consumo de carne liberaría mucho espacio natural, reduciría exponencialmente el gasto de recursos naturales, nos acercaría a un mundo más sostenible y mejoraría considerablemente nuestra salud y calidad de vida.
La lecitina de soja es un complemento alimenticio derivado de la soja. A continuación, en este artículo vamos a explicar por qué es recomendable para personas con sobrepeso, elevado colesterol y triglicéridos, para un mejor rendimiento intelectual en épocas de exámenes, para problemas de la piel, para prevenir trombos y problemas cardiovasculares.
La lecitina en general, es un fosfolípido derivado de algunos alimentos que protege las células de los radicales libres (oxidación) y otorga elasticidad a sus membranas celulares. Su función también es la de emulsionar “licuar” la grasa, aunque técnicamente no la licua, sino que es capaz de descomponerla en partículas muy muy pequeñas para poder ser metabolizadas o eliminadas correctamente por el organismo. Por ejemplo, para su uso industrial, es común la lecitina de la yema del huevo, semillas de lino o diente de león, para conseguir mezclar ingredientes alimenticios correctamente en el caso de que alguno de los ingredientes sea graso.
Por las propiedades generales de la lecitina y las propiedades específicas de la soja, la lecitina de soja evita la acumulación de colesterol en las arterias reduciendo así el riesgo de padecer problemas de circulación, problemas cardíacos, hipertensión o trombos.
[ En cualquier caso aprovechamos para resaltar el hecho de que el exceso de colesterol es una consecuencia que se deriva en muchos casos de una dieta inadecuada o una vida sedentaria, por lo que aprovechamos la ocasión para incidir en que ningún tratamiento, naturópata o farmacéutico, será suficiente si no va acompañado de un cambio o una corrección de malos hábitos, ya que lo importante en todo tratamiento debe ser evitar el problema mediante los cuidados adecuados y los medicamentos o remedios naturales pueden ayudar en el proceso. En este caso, la lecitina ayuda a reducir el nivel de colesterol y evita la acumulación de grasa, pero será mucho más efectivo y práctico acompañar el tratamiento de buenos hábitos (ejercicio moderado y dieta sana) que eviten ese aumento de grasa y colesterol. ]
Por sus propiedades estructurales y su cantidad de vitamina E, la lecitina de soja otorga elasticidad y previene el envejecimiento de la piel, a la vez que evita su deshidratación. También tiene una función estructural en las células del sistema nervioso, por lo que un aporte extra de lecitina de soja favorece a un mejor rendimiento cerebral, ya que mejora la concentración y la memoria.
Se han obtenido muy buenos resultados en el uso de lecitina de soja para la recuperación del hígado, ya que evita que la grasa se acumule en este órgano poniendo así en peligro su funcionamiento, a la vez que se previene la producción de piedras o cálculos biliares. Por otra parte, cuando la grasa es eliminada, arrastra con ella toxinas y residuos metabólicos por lo que se podría decir que “libera de trabajo al hígado”, por eso, en caso de un hígado enfermo, con cirrosis o hepatitis o convaleciente después de un fuerte tratamiento farmacéutico, es recomendable un tratamiento con lecitina de soja.
Se puede consumir lecitina de soja en forma de “escamas”, polvo, granulada o copos.
Como hemos explicado en otros artículos, la manipulación genética se centra sobre todo en los alimentos de mayor consumo, es decir, en el arroz, el trigo o la soja, y en la medida de los posible debemos evitarla ya que en muchos casos, dicha manipulación reduce la cantidad y calidad nutricional y con ello también sus propiedades terapéuticas.
La soja es una legumbre que pertenece a la familia de las Papilonáceas, crece en zonas templadas del planeta y sus cultivos se encuentran muy extendidos en Asia, especialmente en China, Estados Unidos, Argentina, Brasil y Canadá. Llegó a Europa y al continente americano en el S. XVIII.
Es originaria del norte y el centro de China donde alrededor del año 3000 A.C. se le consideró una de las 5 semillas sagradas como el arroz, el trigo, la cebada y el mijo. Los chinos atribuyeron su descubrimiento al emperador Sheng- Nung, al cual también se le atribuía la invención de la agricultura y la medicina.
Los japoneses tras la guerra Chino- Japonesa (1894- 1895) entraron en contacto con esta legumbre y comenzaron a importar tortas de aceite de soja con fines fertilizantes. La idea que se extendió por el país era: “el que tiene soja posee carne, leche y huevo”.
La soja es un alimento muy aclamado en la actualidad por sus altos aportes nutritivos lo que ha derivado en la aparición de distintos productos que la contienen en mayor o menor proporción.
Esta leguminosa tiene un alto contenido de proteínas, 37% aproximadamente, más o menos 2 o 3 veces más que la carne; 23,5% de lípidos, la misma cantidad de hidratos de carbono y un 12% de fibra. Su alto contenido en proteínas la hace recomendable para dietas vegetarianas ya que ayudan a cubrir las necesidades de aminoácidos.
La soja aporta todos los aminoácidos esenciales, vitaminas A, D, E y minerales como potasio, fósforo, calcio, magnesio e hierro. Por si fuera poco, además tiene un alto contenido en ácidos grasos esenciales que no produce el cuerpo humano por si sólo, como el Omega 3 y 6. Otra propiedad llamativa es que contiene tocoferoles que son antioxidantes naturales con funciones similares a las de la vitamina E.
Se han realizado distintos estudios entre la población oriental de los que se deduce que son menos propensos a sufrir cáncer que la población occidental. Una de las razones que se barajan es que en los países orientales se ingiere mucha más cantidad de proteína vegetal que es países occidentales.
Incluir la soja en nuestra alimentación es seguro tanto para niños como para adultos aunque se debe evitar su consumo en aquellas personas que sufran de gota por exceso de ácido úrico debido a su alto contenido en purinas.
El Organismo estadounidense para el Control de Alimentos y Medicamentos (FDA) ha comenzado a permitir a los productores de alimentos que contengan al menos 6,25 mg de proteina de soja por ración incluir el siguiente texto: “25 mg de proteína de soja al día, incluídas en una dieta baja en grasas saturadas y colesterol, pueden disminuir el riesgo de sufrir transtornos cardíacos”.
A parte de la soja en su estado natural sus beneficios se pueden encontrar en diversos derivados, entre ellos destacan la harina de soja, muy rica en proteínas; el aceite, que es una buena fuente de grasas poliinsaturadas; la lecitina, para controlar el colesterol; la bebida de soja que no contiene lactosa ni colesterol y aporta menos calorías al organismo, se usa como sustituto de la leche de vaca en caso de alergia o intolerancia a la lactosa por su alto aporte de calcio.
Una recomendación importante que se debe hacer sobre su consumo es que la mayoría de la soja que se comercializa es soja transgénica (modificada genéticamente), por lo que sería óptimo el consumo de soja ecológica que nos asegure un aporte real de todas sus propiedades.